Nueva York EEUU -¿Cómo vive el Papa la crisis causada por el Covid-19? ¿Y cómo se está preparando para el después? Francisco
respondió a las preguntas del periodista y escritor británico Austen Ivereigh a
distancia, grabando un poco de audio. La entrevista se publica simultáneamente
en The Tablet (Londres) y en Commonweal (Nueva York). ABC ofrece el texto
original en español y La Civiltà Cattolica en italiano.
Santo Padre,
¿cómo está viviendo la pandemia y encierro, tanto en la Casa Santa Marta como
el Vaticano en general, en lo práctico y en lo espiritual?
La Curia trata de
sacar adelante el trabajo, de vivir normalmente, organizándose por turnos para
que no toda la gente esté junta en el mismo momento. Una cosa bien pensada.
Mantenemos las medidas establecidas por las autoridades sanitarias. Aquí en
Casa Santa Marta se han hecho dos turnos de comida, que ayudan bastante a
aliviar el impacto. Cada uno trabaja en su oficina o desde su habitación con
medios digitales. Todo el mundo está trabajando; aquí no hay ociosos.
¿Cómo lo vivo yo
espiritualmente? Rezo más, porque creo que debo hacerlo, y pienso en la gente.
Es algo que me preocupa: la gente. Pensar en la gente a mí me unge, me hace
bien, me saca del egoísmo. Por supuesto tengo mis egoísmos: el martes viene el
confesor, o sea que ahí arreglo las otras cosas.
Pienso en mis
responsabilidades de ahora y ya para el después. ¿Cuál va a ser mi servicio
como obispo de Roma, como cabeza de la iglesia, en el después? Este después ya
empezó a mostrar que va a ser un después trágico, un después doloroso, por eso
conviene pensar desde ahora. Se ha organizado a través del Dicasterio del
Desarrollo Humano Integral una comisión que trabaja en esto y se reúne conmigo.
La gran
preocupación mía –al menos la que siento en la oración– es cómo acompañar al
pueblo de Dios y estar más cercano a él. Este es el significado de la misa de
las siete de la mañana en «streaming» (o retransmitida en directo), que mucha
gente sigue y se siente acompañada; de algunas intervenciones mías, y del acto
del 27 de marzo en la plaza de San Pedro.
Y de un trabajo bastante intenso a
través de la Limosnería Apostólica, de presencia para acompañar las situaciones
de hambre y enfermedad. Estoy viviendo este momento con mucha incertidumbre. Es
un momento de mucha inventiva, de creatividad.
Hay una novela
italiana del siglo XIX muy querida por usted, que ha mencionado varias veces
recientemente: «I Promessi Sposi» («Los novios») de Alessandro Manzoni. El
drama de la novela se centra en la peste de Milán de 1630.
Hay varios
personajes del clero: el cura cobarde Don Abundio, el santo cardenal arzobispo
Borromeo, y los frailes capuchinos que sirven en el «lazareto», una especie de
hospital de campaña donde los contagiados son rigurosamente separados de los
sanos. A la luz de la novela, ¿cómo ve el Papa la misión de la Iglesia en el
contexto de la enfermedad Covid-19?
El cardenal
Federico Borromeo realmente es un héroe de esa peste de Milán. Pero en uno de
los capítulos se dice que pasó a saludar a un pueblo, pero con la ventanilla
del carruaje cerrada, quizá para protegerse. A la gente no le cayó muy bien. El
pueblo de Dios necesita que el pastor esté cerca, que no se cuide demasiado.
Hoy el pueblo de Dios necesita el pastor muy cerca, con la abnegación que
tenían los capuchinos, que estaban cerca. La creatividad del cristiano se tiene
que manifestar en abrir horizontes nuevos, en abrir ventanas, abrir
transcendencia hacia Dios y hacia los hombres, y redimensionarse en la casa.
No es fácil estar
encerrado en casa. Me viene a la mente un verso de la Eneida en medio de la
derrota: el consejo de no bajar los brazos. Resérvense para mejores tiempos,
porque en esos tiempos recordar esto que ha pasado nos ayudará. Cuídense para
un futuro que va a venir. Y cuando llegue ese futuro, recordar lo que ha pasado
les va a hacer bien. Cuidar el ahora, pero para el mañana. Todo esto con la
creatividad. Una creatividad sencilla, que todos los días inventa. Dentro del
hogar no es difícil descubrirla. Pero no huir, escaparse en alienaciones, que
en este momento no sirven.
En relación a las
políticas del estado en respuesta a la crisis, mientras la cuarentena masiva ha
sido una señal de que algunos gobiernos están dispuestos a sacrificar el
bienestar económico para beneficio de los más vulnerables, igualmente pone al
descubierto el nivel de exclusión que antes se consideraba normal y aceptable.
Es cierto,
algunos gobiernos han tomado medidas ejemplares con prioridades bien señaladas
para defender a la población. Pero nos vamos dando cuenta de que todo nuestro
pensamiento, nos guste o no nos guste, está estructurado en torno a la
economía.
En el mundo de las finanzas parece que es normal sacrificar. Una
política de la cultura del descarte. Desde el principio al fin. Pienso, por
ejemplo, en la selectividad prenatal. Hoy día es muy difícil encontrar personas
con síndrome de Down por la calle. Cuando la tomografía los ve, los mandan al
remitente. Una cultura de la eutanasia, legal o encubierta, en que al anciano
se le dan las medicinas hasta un cierto punto.
Me viene a la
mente la encíclica del Papa Pablo VI, la Humanae Vitae. La gran queja de los
pastoralistas de la época se centraba en la píldora. Y no se dieron cuenta de
la fuerza profética de esa encíclica, que era adelantarse al neomaltusianismo
que se venía preparando para todo el mundo.
Es una alerta de Pablo VI ante esa
onda de neomaltusianismo. Lo vemos en la selección de la gente según la
posibilidad de producir, de ser útil: la cultura del descarte. Los sin techo
siguen siendo sin techo. Salió una fotografía el otro día de Las Vegas donde
eran puestos en cuarentena en una plaza de estacionamiento. Y los hoteles
estaban vacíos. Pero un sin techo no puede ir a un hotel. Ahí se ve ya en
funcionamiento la teoría del descarte.
¿Se puede
entender la crisis y su impacto económico como una oportunidad de una
conversión ecológica, de revisar prioridades y nuestros modos de vivir? ¿Ve
posibilidad de una sociedad y economía menos líquidas y más humanas?
Hay un dicho
español: Dios perdona siempre, nosotros de vez en cuando, la naturaleza nunca.
Las catástrofes parciales no fueron atendidas. Hoy día, ¿quién habla de los
incendios de Australia? ¿De que hace un año y medio un barco cruzó el Polo
Norte porque se podía navegar porque se habían disuelto los glaciares? ¿Quién
habla de inundaciones? No sé si es la venganza, pero es la respuesta de la
naturaleza.
Tenemos una
memoria selectiva. Sobre esto quisiera insistir. Me impresionó cuando se
celebró el 70 aniversario del desembarco en Normandía. Había gente de primer
nivel de la política y la cultura internacional. Y festejaban. Es verdad que
fue el comienzo del fin de la dictadura, pero ninguno se acordaba de los 10.000
muchachos que quedaron en esa playa.
Cuando fui a
Redipuglia en el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial se veía un
bonito monumento y nombres en la piedra, nada más. Yo lloré pensando en
Benedicto XV (que se refirió a la Primera Guerra Mundial como «una matanza
inútil») y lo mismo en Anzio el día de los difuntos; en todos los soldados
norteamericanos allí sepultados. Cada uno tenía una familia, cada uno podía ser
yo. Hoy aquí en Europa cuando se comienza a escuchar discursos populistas o
decisiones políticas de ese tipo selectivo no es difícil recordar los discursos
de Hitler de 1933, que eran más o menos lo mismo que los discursos de algún
político europeo de hoy.
Me viene otra vez
a la mente un verso de Virgilio: «Meminisce iuvavit». Recuperar la memoria,
porque la memoria nos va a ayudar. Este es un tiempo para recuperar memoria. No
es la primera peste de la humanidad.
Las otras pasaron a ser anécdotas. Debemos
recuperar la memoria de las raíces, de la tradición, que es memoriosa. En los
Ejercicios de San Ignacio, la primera semana, y la contemplación para alcanzar
el amor en la cuarta semana, están totalmente signadas por la memoria. Es una
conversión con la memoria.
Esta crisis nos
afecta a todos: a ricos y a pobres. Es una llamada de atención contra la
hipocresía. A mí me preocupa la hipocresía de ciertos personajes políticos que
hablan de sumarse a la crisis, que hablan del hambre en el mundo, y mientras
hablan de eso fabrican armas. Es el momento de convertirnos de esa hipocresía
funcional. Este es un tiempo de coherencia. O somos coherentes o perdimos todo.
Usted me pregunta
sobre la conversión. Toda crisis es un peligro, pero también una oportunidad. Y
es la oportunidad de salir del peligro. Hoy creo que tenemos que desacelerar un
determinado ritmo de consumo y de producción (Laudato si, 191) y aprender a
comprender y a contemplar la naturaleza.
Y reconectarnos con nuestro entorno
real. Esta es una oportunidad de conversión. Sí, veo signos iniciales de
conversión a una economía menos líquida, más humana. Pero que no perdamos la
memoria una vez que pasó esto, no archivarlo y volver a donde estábamos.
Este es el
momento de dar el paso. Es pasar del uso y el mal uso de la naturaleza, a la
contemplación. Los hombres hemos perdido la dimensión de la contemplación;
tenemos que recuperarla.
Y hablando de
contemplación, quisiera detenerme en un punto: es el momento de ver al pobre.
Jesús nos dice que «a los pobres los tendrán siempre con ustedes». Y es verdad.
Es una realidad, no podemos negarlo. Están ocultos, porque la pobreza es
pudorosa. En Roma, en medio de esta cuarentena, un policía le dijo a un hombre:
«No puede estar en la calle, tiene que ir a su casa». La respuesta fue: «No
tengo casa. Yo vivo en la calle». Descubrir esa cantidad de gente que se
margina… y cómo la pobreza es pudorosa, no la vemos. Están ahí, pasamos al
lado, pero no los vemos. Son parte del paisaje, son cosas. Santa Teresa de
Calcuta los vio y se animó a empezar un camino de conversión.
Ver a los pobres
significa devolverles la humanidad. No son cosas, no son descarte, son
personas. No podemos hacer una política asistencialista como hacemos con los
animales abandonados. Y muchas veces se trata a los pobres como animales
abandonados. No podemos hacer una política asistencialista parcial. Me atrevo a
dar un consejo. Es la hora de descender al subsuelo. Es conocida la novela
corta de Dostoievski, «Memorias del subsuelo».
En otro relato
más breve, «Memorias de la casa muerta», los guardias de un hospital carcelario
trataban a los presos pobres como cosas. Y viendo cómo trataban a uno que
acababa de morir, otro de los presos les dijo: «¡Basta! ¡Ese hombre también
tenía madre!». Decirnos muchas veces: ese pobre tuvo una madre que lo crio con
amor.
Después, en la vida no sabemos lo que pasó. Pero pensar en ese amor que
recibió, en la ilusión de una madre, ayuda. Nosotros a los pobres no les damos
derecho a soñar con su madre. No saben lo que es cariño, muchos viven drogados.
Y ver eso nos puede ayudar a descubrir la piedad, la pietas que es una
dimensión hacia Dios y hacia el prójimo.
Descender al subsuelo, y pasar de la
sociedad hipervirtualizada, sin carne, a la carne sufriente del pobre. Es una conversión
que tenemos que hacer. Y si no empezamos por ahí, la conversión no va a andar.
Pienso en los
santos de la puerta de al lado en este momento difícil. ¡Son héroes! Médicos,
religiosas, sacerdotes, operarios que cumplen con los deberes para que la
sociedad funcione. ¡Cuántos médicos y enfermeros han muerto! ¡Cuántos
sacerdotes, cuántas religiosas han muerto! Sirviendo. Me viene a la mente una
frase que decía el sastre, a mi juicio una de las personas más simples pero
coherentes de «I promessi sposi». Decía: «Non ho mai trovato que il Signore
abbia cominciato un miracolo senza finirlo bene» («No he visto nunca que Dios
comience un milagro y no lo termine bien»).
Si reconocemos este milagro de los
santos de al lado, de estos hombres y mujeres héroes, si sabemos seguir estas
huellas, este milagro terminará bien, para bien de todos. Dios no deja las
cosas a mitad de camino. Somos nosotros los que las dejamos y nos vamos. Es un
lugar de metanoia (conversión) lo que estamos viviendo, y es la oportunidad de
hacerlo. Hagámonos cargo y sigamos adelante.
¿Cómo es vivir
esta Cuaresma y Pascua tan extraordinarias? ¿Tiene algún mensaje particular
para los ancianos aislados, los jóvenes encerrados, y los empobrecidos por la
crisis?
Usted me habla de
ancianos aislados. Soledad y distancia. ¡Cuántos ancianos hay que los hijos no
los van a ver en tiempos normales! Recuerdo que en Buenos Aires cuando visitaba
los geriátricos yo les preguntaba: ¿Y qué tal la familia? «Ah, sí, muy bien, muy
bien». «¿Vienen?» «Sí, ¡vienen siempre!».
Luego la enfermera me decía que hace
seis meses que no iban los hijos a verlos. La soledad y el abandono, la
distancia. Sin embargo, los ancianos siguen siendo raíces. Y deben hablar con
los jóvenes. Esa tensión entre viejos y jóvenes tiene que resolverse siempre en
el encuentro. Porque el joven es brote, follaje, pero necesita la raíz; si no,
no puede dar fruto.
El anciano es
como raíz. Yo les diría a los ancianos de hoy: «Sé que sienten la muerte cerca
y tienen miedo, pero miren para otro lado, recuerden a los nietos, y no dejen
de soñar». Es lo que Dios les pide: soñar (Joel,3,1). ¿Qué les digo a los
jóvenes? Anímense a mirar más adelante y sean profetas. Que el sueño de los
ancianos corresponda a la profecía de ustedes. También Joel 3,1.
Los
empobrecidos por la crisis son los despojados de hoy, que se suman a tantos
despojados de siempre, hombres y mujeres cuyo estado civil es «despojado». Lo
han perdido todo o van a perder todo. ¿Qué sentido tiene hoy el despojo para mí
a la luz del Evangelio?
Entrar en el
mundo de los despojados, entender que aquel que tenía, hoy ya no tiene. Lo que
pido a la gente es que se hagan cargo de los ancianos y los jóvenes. Que se
hagan cargo de la historia y de los despojados. Y me viene a la mente otro
verso de Virgilio cuando Eneas, derrotado en Troya, había perdido todo, y le
quedaban dos caminos. O quedarse allí a llorar y terminar su vida, o aquello
que tenía en el corazón de ir más adelante, subir al monte para salir de la guerra.
Es un verso
precioso: «Cessi, et sublato montem genitore petivi». «Cedí a la resistencia, y
cargando a mi papá a la espalda, subí al monte». Eso es lo que tenemos que
hacer hoy en día: tomar las raíces de nuestras tradiciones y subir al monte.
Publicar un comentario