Acabo de terminar de leer un libro cuyo título es “Stasiland”,
escrito por la periodista australiana Anna Funder. En realidad es un largo
reportaje, de más de 300 páginas, sobre la vida y el sistema de represión en
Alemania Oriental, Alemania comunista o República Democrática Alemana (RDA),
como usted quiera llamarle.
Vamos a compartir
tres cortos relatos para evidenciar cómo se asemejan las dictaduras
totalitarias y sus agentes. Sus actitudes, antivalores, lenguaje y acciones siempre
se repiten, solamente cambian las formas y los tiempos.
Para comprender
mejor los relatos, principalmente para las personas más jóvenes, que
probablemente desconocen qué era la RDA, vamos a hacer un breve recordatorio.
Después de la
segunda guerra mundial, la Alemania de Hitler, derrotada, quedó dividida en dos
territorios. Uno bajo control de los aliados occidentales, esto es, Estados
Unidos, Inglaterra y Francia. Y otra bajo dominio de la Unión Soviética.
Rápidamente emergieron dos Estados.
En un lado, la República Federal de
Alemania, también conocida como Alemania Occidental y, por otro, la República
Democrática Alemana, conocida como Alemania Oriental, la RDA.
Berlín, la
antigua capital de Alemania quedó dentro de territorio de la RDA, divida en dos
partes: Berlín Occidental y Berlín Oriental, con sistemas y gobiernos
totalmente distintos. En la misma ciudad se enfrentaban dos sistemas, uno
capitalista y otro socialista, una democracia occidental y un régimen
totalitario.
El enfrentamiento político, ideológico y económico desembocó en
que Alemania Oriental, prácticamente de un día para otro, construyó un muro que
partió la ciudad en dos. Junto al muro, el régimen de la RDA instaló la llamada
“franja de la muerte”, formada por un foso, una alambrada, una carretera por la
que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas
automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24
horas del día. Muchos alemanes orientales perdieron la vida tratando de escapar
hacia Alemania Occidental.
La Stasi era la
policía política de Alemania Oriental. Estos servicios de espionaje y seguridad
alcanzaron renombre internacional por su eficacia y crueldad.
Ahora volvamos al
libro Stasiland. Es un conjunto de entrevistas realizadas a fines de la década
de los noventa, a víctimas de la represión y, asústense, entrevistas a
exoficiales de la stasi, reconvertidos en ciudadanos comunes y corrientes en la
Alemania unificada.
El primer relato
es el de Karl Eduard Von Schnitzler, quien desde la década del sesenta dirigió
un programa en la televisión cuyo propósito era llevar el discurso oficial del
régimen. Todos los días. La periodista registra en su libro la conversación con
este personaje, en particular evocando un episodio que se produjo en la navidad
de 1965. En un intento de saltar el muro, un ciudadano alemán fue muerto a
balazos.
En esa oportunidad Schnitzler, refiriéndose a las muertes, dijo en su
programa televisivo “Algunos dirán que es inhumano, pero ¿Qué es lo inhumano y
lo humano? …Humano es mantener la paz para todos los hombres de la
tierra…humano es salvaguardar a la RDA de aquellos que quieran destruirla.
El
comentarista proclamó en su programa que dar muerte a seres humanos que
intentaban escapar a la libertad era un acto de paz, de humanidad. Es decir,
una total inversión en los valores. Y una desfiguración de las palabras.
No se si a
ustedes también, pero a mi me resulta una actitud muy semejante al personaje
que todos conocemos, que habla de amor al prójimo, mientras condena a los
nicaragüenses a morir de hambre o de coronavirus.
El segundo relato
se refiere a un matrimonio cuyo hijo, producto de un mal parto, tuvo que quedar
internado en un hospital, en el lado oeste de Berlín. Cuando construyeron el
muro, el matrimonio quedo en el Este y el recién nacido en el oeste.
No lo
podían sacar del hospital porque se moría. Las primeras semanas le autorizaron
el paso para ver a su hijo. Un buen día ya no recibió el permiso.
Más tarde la
capturaron y en el interrogatorio recibió la propuesta de que recibiría una
autorización permanente para visitar a su hijo en el hospital al otro lado del
muro, a cambio de que se convirtiera en informante y colaboradora de la STASI.
La mujer, finalmente se negó. El resultado es que a ella y a su marido les
montaron un juicio bajo la acusación de querer escapar a Alemania Occidental.
Fueron condenados a cuatro años de trabajos forzados. La brutalidad de estos
métodos es común en los regímenes represivos. Buscan cómo quebrar la moral de
la gente y castigan duramente a quienes no se someten a sus designios.
El último relato
es sobre los días finales de existencia de la RDA, en 1989. A la cabeza de la
STASI estaba un tal Mielke. Cuando empezaron las convulsiones populares que
culminaron con la caída del régimen, el jefe de los servicios de seguridad
reunió al cuerpo de oficiales y, según el testimonio de un exagente, recogido
en una de las entrevistas, Mielke, en su último discurso, sin percatarse que
estaban por derrumbarse, dijo lo siguiente: Lo más importante que tenemos es el
poder.
Debemos aferrarnos al poder a toda costa. Sin el poder, no somos nada. Y
agregó “ellos” -refiriéndose al pueblo en rebelión- son nuestros enemigos. O
ellos, o nosotros.
No se ustedes,
pero a mi me pareció muy semejante a la frase aquella de… cueste lo que cueste,
digan lo que digan, el costo más alto es perder el poder…
Hay cantidad de
historias en el libro. Entresaqué estos tres porque me pareció que eran
suficientes botones de muestra.
Cualquier
parecido con nuestra realidad ¿Será fruto de la casualidad o es que toda
mentalidad totalitaria tiene un mismo esquema de razonamiento?
En cualquier caso
algo me confirmó el libro: no importa cuánto vigilen, no importa cuánto acosen,
no importa cuánto repriman. Las ansias de libertad de los pueblos no se pueden
encadenar indefinidamente. Más tarde o más temprano los pueblos rompen esas
cadenas.
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