Por Carlos Sánchez Berzaín. La pandemia del coronavirus COVID-19 ha
paralizado el mundo forzando a los gobiernos someter a la población a
confinamientos para controlar la emergencia.
La paralización está llevando a
cerca de 600 millones de habitantes del planeta a la pobreza. El confinamiento
y las cuarentenas son medidas de emergencia necesarias pero insostenibles
indefinidamente, que además se cumplen solo parcialmente, sobre todo en países
de América Latina, caracterizados por la informalidad y la desigualdad.
El coronavirus ha
destrozado la organización social y para hacerle frente urge cambiar los
paradigmas de la relación social generando nuevas condiciones para recuperar la
actividad.
No podemos evitar
los hechos calamitosos, pero lo que sí podemos hacer es controlar cómo
reaccionamos y cómo gestionamos tales hechos. La gestión de crisis es la que
marca la diferencia y en el tema del coronavirus la realidad demuestra que la
estrategia más acertada tiene como mínimo el componente político, el de salud y
el económico.
Thomas Kuhn en su
obra “La Estructura de las Revoluciones Científicas” llamó “paradigmas” a las
“realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto
tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad
científica” que “son lo bastante incompletos para dejar muchos problemas para
ser resueltos por el grupo….”.
En ciencias sociales, “paradigma se emplea para
mencionar a todas aquellas experiencias, creencias, vivencias y valores que
repercuten y condicionan el modo en que una persona ve la realidad y actúa en
función a ello”. Paradigmas sociales son “modelos de comportamiento que
aplicamos en nuestra vida de forma rutinaria y que simplifican nuestro actuar”.
La pandemia del
coronavirus ha modificado en algunos casos anulado los modelos de
comportamiento social, ha fracturado la rutina de la gente, obliga a nuevas
conductas como "la distancia social”. Ya hay nuevas conductas sociales
impuestas por el coronavirus, nuevos paradigmas.
Por ejemplo, el Dr. Anthony
Fauci, Director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas
(NIAID) de los Estados Unidos, máximo responsable de la lucha contra el
coronavirus en ese país, afirmó que “darse la mano” una costumbre muy
occidental “sea erradicada para siempre para evitar nuevos brotes infecciosos a
futuro”.
El estudio “El
precio de la dignidad” de Oxfam, señala que “entre el 6% y el 8% de la
población mundial podría caer en la pobreza a medida que los gobiernos
paralizan la economía para controlar la propagación del coronavirus”.
Esto
representa que “el numero de personas que viven en la pobreza podría aumentar
entre 434 millones y 611 millones”. Con ese número adicional de pobres, los que
ya eran pobres antes de la pandemia estarían condenados a la hambruna.
Según informe del
Fondo Monetario Internacional el año 2017 América Latina superó al África
Subsahariana en los “empleos informales” que se estiman en el 46,8% del empleo
en la región, esto es que alrededor de 130 millones de latinoamericanos tienen
empleos informales.
La informalidad es creciente y va desde el 30,7% en Costa
Rica hasta el 73,6% en Guatemala, con indicadores de 36,5% en Brasil, 46,8% en
Argentina, 49,3% en Ecuador, 53,8% en México, 54,5% en Colombia, 64% en Perú y
la información de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que “el
empleo informal supera el 70% en Bolivia, Honduras y Nicaragua”.
La “economía
informal” o irregular es “la actividad económica invisible al Estado por
razones de evasión fiscal o de controles administrativos”. Según el informe de
la OIT de 30 de Abril de 2018 “la economía informal emplea mas del 60% de la
población activa del mundo”. En general los empleos informales dan ingresos de
día a día o de periodos cortos, lo que hace que cuando se interrumpen cese
abruptamente el ingreso.
En estas
condiciones no existe manera de compensar ingresos ni de proporcionar medios de
sobrevivencia con cuarentenas y confinamientos prolongados, lo que lleva a que
más pronto que tarde tales disposiciones no se cumplan, constituyan causas de
rechazo y de conflictos, creando escenarios para activar desestabilización y
atentados contra la libertad, los derechos humanos y la democracia.
Así resulta
urgente que el elemento político de la gestión de crisis, los líderes y
gobiernos del mundo, activen lo más pronto posible mecanismos para salir de las
cuarentenas y los confinamientos. Impulsar el cambio de paradigmas de las
relaciones sociales y activar la sociedad con medidas que eviten la propagación
de la enfermedad pero que no estrangulen al ciudadano condenándolo a la miseria
o al desacato.
El autor es Abogado
y Politólogo. Director del Interamerican Institute for Democracy
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